Ensayo a la pureza (1era parte)
Desde muy joven he querido escribir sobre la pureza que podemos cultivar en el corazón. Debo admitir que sentía cierta timidez, porque, de alguna manera, pensaba que a las personas podría provocarles rechazo, ya que se trata de ideas que van a contracorriente de los comportamientos que predominan en nuestra cultura. Pero hoy pienso en los jóvenes que pueden leer este artículo, y también en que, en un futuro cercano, podría servirles a mis hijos.
¿A qué nos referimos cuando hablamos de pureza? Es un concepto que parece etéreo, abstracto, irreal o difícil de alcanzar. En una definición bíblica, se trata del estado que alcanzamos cuando nuestros corazones son purificados continuamente, tanto en los pensamientos como en las acciones. Es el resultado de vivir alineados en mente, cuerpo y corazón con Dios.
Primero debemos tener claro que ningún ser humano logrará la pureza absoluta del corazón. Sin embargo, sí podemos buscarla cada día, y esa búsqueda nace de nuestro amor a Dios. Pero no podemos amar a quien no creemos. Por eso, es esencial creer en su existencia. Llega un momento en el que realmente crees en un Ser invisible; un encuentro único y personal para cada ser humano. Es el instante en que deja de ser el Dios de tus padres o de quienes te hablaron de Él, y se convierte en el tuyo.
Querido lector, lo primero que deseo es que no te sientas juzgado. Tu valor no disminuye por las veces que hayas caído. A todos nos ha pasado. Si estás leyendo esto, alégrate: estás vivo y tienes la oportunidad de superarte. Quiero compartirte experiencias y pensamientos que puedan aportar a tu vida.
Comenzaré con la más predominante en nuestra cultura: la pureza en la sexualidad
Recuerdo haberme sentido avergonzada en mi juventud por decir que deseaba esperar hasta el matrimonio. Vivimos en una cultura de inmediatez, en la que la espera parece cosa del pasado. No tenía una sola amiga que creyera en eso ni que comprendiera la idea; todos repetían que era parte natural de una relación amorosa. Las mentiras, repetidas mil veces, se convierten en “verdades”. Hacer lo contrario parecía, en ese momento, una idea totalmente contracorriente. Sin embargo, para mí era un compromiso con alguien que aún no conocía: un amor puro hacia la persona que Dios quería para mí. Pensaba que, si podía mantener una promesa hacia alguien a quien todavía no veía, cuánto más podría hacerlo cuando al fin llegara a mi vida. Imaginaba poder decirle: “Pude esperar lo necesario porque tú valías la pena”. Como alguna vez leí: “La virtud de la paciencia es más romántica que cualquier serenata.”
También tenía razones prácticas para mantener mi decisión. Cómo nos enseña la Biblia, ese nivel de intimidad te ata espiritualmente a una persona. No podía imaginar encontrarme algún día con un antiguo enamorado y saber que, pese a haberle entregado cuerpo y alma, ahora sería un extraño. Tampoco quería el riesgo de un embarazo, ni convertirme en madre soltera, ni que alguien se sintiera obligado a casarse conmigo. Temía que, en el fondo, él siempre dudara de si se habría casado conmigo de no haber existido ese lazo. Además, veía mi espera como un ejercicio espiritual: una preparación, así como los cristianos debemos estar preparados para la venida de Jesús.
Pronto cumpliré 40 años y quiero decirte que no me arrepiento ni un segundo de mi decisión. No importa cuántas voces digan lo contrario: no te pierdes de nada por esperar hasta el matrimonio. Si tu pareja te presiona, debes saber que puedes elegir distinto. Esperar por el bien del otro es una de las formas más puras de amar. Protege tu corazón y, probablemente, tu destino.
Tuve novios que me lastimaron por no compartir mi visión de fidelidad. Pero tenía claro que la prisa destruye lo que aún no ha madurado. Hoy miro atrás y comprendo que habría sido un error tremendo haber cedido. Con los años entiendes que Dios nos pide alejarnos de todo lo que nos quita santidad porque nos aparta de sus propósitos: sus deseos son perfectos y buenos. Las pruebas, que a veces parecen pesos que nos aplastan, en realidad construyen fortaleza en nuestro interior.
Debemos comprender que las decisiones alejadas de Él pueden hacernos sentir bien al principio, pero con el tiempo nos quebrarán, nos esclavizarán, nos quitarán la paz y nos dejarán vacíos. Tu cuerpo es templo del Espíritu Santo, donde Él habita. Por eso es indispensable que lo honremos. Concéntrate en tu amor a Jesús y te alejarás de todo lo que te separa de esa comunión divina.
Con el tiempo encontré otras personas que también supieron esperar. No estás solo, no eres el único, no eres raro. Pero sí eres especial.
Y si este escrito llega más tarde de lo esperado, recuerda: siempre puedes comenzar a purificar tu sexualidad desde ahora. Aún tienes capítulos por escribir en la historia de tu vida.
La pureza en el amor al otro
La vida termina enseñándote que aquello que alguna vez consideraste extremo puede, en realidad, ser sabiduría que no estabas dispuesto a escuchar. Recuerdo a mi mamá enseñándome que debía cuidar lo que escucho, lo que leo y lo que veo: la música, las películas, los libros. En su momento, pensaba que quería que viviera en una burbuja, y no comprendía de qué deseaba protegerme. No se trata de excluir todo lo que el mundo ofrece, pero sí de estar atentos a lo que se siembra en nuestro interior. Debemos, intencionalmente, ennoblecer la mirada.
Hoy quiero invitarte a reflexionar sobre lo que significa amar bien: al prójimo, a tu pareja, a tu familia, a tus amigos. La cultura predominante nos enseña que debemos buscar sentirnos bien por encima de todo. Pero Jesús vino a enseñarnos lo contrario: quien ama busca la salvación del otro. Cuando amamos de verdad, dejamos de pensar solo en nosotros. Aprendemos a vivir con nobleza, a no dejarnos arrastrar por los sentimientos si estos no reflejan un amor del alma.
Amar con el espíritu significa buscar permanentemente el bien del otro, aunque duela. A veces debemos tomar decisiones que no queremos, pero las asumimos porque amamos con pureza. Nuestras acciones deben respetar la mirada y el corazón del prójimo. Desde lo que decimos hasta cómo nos vestimos. Debemos proteger la inocencia del otro con firmeza, y mantener nuestras intenciones honestas. Cuando amamos a Jesús, solo deseamos reflejar el cielo en todas nuestras relaciones.
No hay corazón puro que no mire al mundo con compasión y ternura. Por eso, debemos procurar que nuestras interacciones nos acerquen más a Dios. Si al final todos remamos en el mismo bote, ayudémonos a llegar juntos a la vida eterna.
Por el contrario, lo que proviene de los instintos o de los deseos del cuerpo es egoísta y no refleja el amor divino. Buscamos la pureza cuando sometemos todos nuestros pensamientos y acciones a Dios.
Quiero dejar sembrado este pensamiento: el mayor acto de amor es conducir al prójimo hacia su vida eterna. Hoy te invito a preguntarte si tus relaciones te están guiando hacia el amor eterno. ¿Te acercan más a Dios? ¿O te alejan de Él?
Qué diferente sería el mundo si todos persiguiéramos la pureza.
Si quieres conversar más sobre este tema, te invito a que nos escribas. Estaremos felices de compartir.
MG
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